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Cuba y el otoño de una revolución decepcionante

(Este programa es público, ajeno a cualquier partido político. Queda prohibido el uso para fines distintos a los establecidos en el programa)


Carlos Ramírez

INDICADOR POLÍTICO

A pocos días de la celebración del 68 aniversario del inicio de la revolución cubana el 26 de julio de 1953, el régimen político de los hermanos Castro parece enfrentar su destino histórico: la personalización temporal de un proyecto ideológico anclado en un comunismo determinista e irrevocable/irreversible en términos constitucionales. Sin Fidel y Raúl abrumado por la edad, Cuba se encamina a un colapso inevitable.

El régimen de Cuba, ahora se entiende con mayor claridad, ha estado determinado por el liderazgo personal e intransferible de los hermanos Castro, primero Fidel hasta 2016 y ahora Raúl hasta este 2021 que cumple 90 años de edad y que como el dictador del patriarca de García Márquez pasea por su palacio solitario invadido por el tiempo irreversible.

El desmoronamiento final de la revolución cubana termina con el siglo XX latinoamericano que giro entorno al simbolismo personal de Fidel Castro y a una revolución autoritaria, dictatorial y represiva que siempre existió, pero también que siempre se soportó en aras de un idealismo ideológico determinado por el agobio imperial de Estados Unidos en América Latina.

De manera paulatina sectores latinoamericanos se fueron decepcionando de La Habana, aunque en realidad no puede haber decepción de lo que siempre se supo; en todo caso, fueron oportunidades de deslindamiento después de fases de utilización mutua. Por ejemplo, los intelectuales del boom latinoamericano siempre supieron que el régimen de Castro era dictatorial, aunque catapultaron su impulso literario con el descubrimiento del mercado literario a través de la visibilidad que provocó la revolución cubana.

La ruptura en 1971 por la represión institucional cubana al poeta Heberto Padilla estuvo precedida con lo que fue la primera y muy clara definición dictatorial del régimen ideológico de Cuba en 1961 con el conflicto de intelectuales con el gobierno de Fidel a propósito de la censura al documental PM del hermano del escritor procastrista/anticastrista Guillermo Cabrera Infante. Basta revisar el discurso de “las palabras de Fidel a los intelectuales” que definieron la línea autoritaria y dictatorial del régimen: “contra la revolución ningún derecho”.

Los deslindamientos continuaron con la ruptura del escritor José Saramago con la revolución cubana en el 2003 por el fusilamiento de algunos cubanos que no pudieron salir de La Habana.

El punto de ruptura de intelectuales con Cuba fue la política cultural de La Habana condicionando las obras al contenido de apoyo a la revolución, siguiendo la línea estalinista de la sumisión creativa. Un caso singular fue el de Julio Cortázar, escritor argentino que firmó los desplegados de 1971 contra la represión a Padilla, luego se arrepintió y pidió disculpas con un infame poema titulado Policrítica a la hora de los chacales.

Cortázar había peleado la libertad creativa de los intelectuales ante las revoluciones para evitar el estalinismo creativo, si se recuerda bien su polémica en 1969 con el escritor colombiano Óscar Collazos –Literatura en la revolución, revolución en la literatura”– que pedía que, por así decirlo, la musa de los intelectuales fuera el pensamiento y los discursos de Fidel Castro. Le habían reclamado a Cortázar su literatura “evasiva” y lo obligaron por las circunstancias a escribir su novela incomprensible y que requiere de otra lectura hoy en día titulada Libro de Manuel. De manera lamentable, Cortázar abandonó su literatura de ficción y se refugió en la literatura de contenido político de menor calidad, vinculándose a la revolución sandinista de Nicaragua hoy pervertida por el sandinista Daniel Ortega.

Y no debe olvidarse el caso del escritor chileno Jorge Edward, quien llegó a La Habana representando al gobierno socialista de Salvador Allende para reanudar relaciones diplomáticas, pero que fue expulsado de la isla como persona non grata debido a sus relaciones con escritores considerados como disidentes cubanos. La historia de la cuenta del propio Edwards en su sobresaliente testimonió titulado persona non grata.

Cuba dejó de ser un referente político, ideológico e intelectual. Ya de nada sirven los deslindamientos que no pasaron antes por ajustes de cuentas personales respecto a su apoyo a Fidel Castro.

En lo geopolítico, Cuba ya no importa para el equilibrio regional en América Latina vis a vis el endurecimiento imperial de Estados Unidos, sobre todo por qué la relación entre Cuba y Washington fue resuelta por Moscú en la crisis de los misiles de 1962, cuando Jrushchov pactó con el presidente Kennedy el retiro de esas armas nucleares a cambio de nunca invadir La Habana, y luego de que Fidel había sugerido, de acuerdo a algunos testimonios publicados, disparar algunos misiles de advertencia contra Estados Unidos.

El régimen de los Castro desde 1959 aisló a Cuba de la evolución internacional, algo que se puede simbolizar la existencia hasta la fecha de automóviles de aquel año que siguen circulando con piezas fabricadas de manera artesanal. Los cubanos aceptaron el liderazgo de Castro y se convirtieron en cómplices de su propio destino al dejar de luchar por una democracia abierta, pluralista y sobre todo procedimental, dominados por la retórica de plaza pública del comandante revolucionario.

Cuba tuvo muchas oportunidades para una transición, incluyendo la obligada por el desmoronamiento de la Unión Soviética en 1991, pero los hermanos Castro mantuvieron el control militar y represivo férreo para impedir tentaciones democratizadoras occidentales. En este sentido lo ocurrido en las últimas horas en Cuba con las protestas populares exigiendo la liberalización política económica y social del país es producto de la crisis social derivada de la pandemia y el agotamiento físico del comandante general Raúl Castro, retirado del cargo a sus 90 años, pero manteniendo el puño represivo sobre la sociedad cubana.

Cuba no tendrá salida hasta la desaparición física de Raúl Castro, pero para entonces carecerá de instrumentos, instituciones y fuerzas sociales para impulsar una transición del régimen autoritario a un sistema abierto y plural. La actual oposición cubana está copada por los intereses estadounidenses y en la isla sólo se agota en la protesta del grito y la marcha.

El fin de la revolución cubana será trágico de manera inevitable.

El contenido de esta columna es responsabilidad exclusiva del columnista y no del periódico que la publica.

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