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INDICADOR POLITICO

(Este programa es público, ajeno a cualquier partido político. Queda prohibido el uso para fines distintos a los establecidos en el programa)


Una pesadilla llamada Trump

Carlos Ramírez

Luego de un año de proceso electoral y dos años de gobierno, el mundo y los vecinos de los EE. UU. siguen padeciendo los comportamientos y trastornos de personalidad de Donald Trump. El año de 2019 arrancó con el cierre del gobierno por restricciones presupuestales y ahora declaró emergencia de seguridad en la frontera con México para sacar fondos y construir el muro.

A Trump hay que analizarlo con frialdad. En efecto, se trata de una personalidad con trastornos de estabilidad emocional derivada de su alimentación a base de refresco de cola y comida chatarra. Sin embargo, esa percepción no debe apartarnos de un enfoque racional: detrás de la ansiedad del poder se localiza un modelo ideológico puritano, anti Estado y sostenido por los resortes ultraconservadores de los estadunidenses de condado.

La agenda de Trump se puede enmarcar en una revolución conservadora, anti liberal y restriccionista de derechos civiles. Detesta al Estado no por ideología sino por funcionalidad: el norteamericano medio y bajo sostiene al aparato público y a sus privilegios a burócratas con los impuestos de los ciudadanos sin militancia. El discurso de campaña de Trump fue definido por la socióloga Katherine J. Cramer como “la política del resentimiento”.

El eje de la campaña de Trump en el 2016 fue el de la migración sobre todo mexicana y ahora potenciada por la migración centro y sudamericana. El muro es el factor simbólico de un perfil racial excluyente que ha tenido su base social. El cierre del gobierno y el muro le ha dado nada menos que siete puntos

porcentuales en aprobación en apenas quince días, pasando, según el tracking diario de la empresa Rasmussen, de 43% el 31 de enero a 50% el 15 de febrero, mientras en el mundo Trump es el personaje mas odiado del mundo.

En la lógica política estadunidense, Trump está construyendo su personalidad, agenda y propuesta para la reelección en noviembre del 2020. Los datos de su base electoral señalan que sigue siendo la misma y que los demócratas carecen de un liderazgo real y las personalidades que se asumen como socialistas no podrían lograr los votos del establishment. Al final de cuentas, la derecha empresarial ha salido beneficiada con la política económica expansionista de Trump.

A Trump lo han fusilado con todo. La actriz porno Stormy Daniels, que denunció relaciones sexuales con Trump como empresario, publicó un libro en el que se mofaba del órgano sexual presidencial…, y nada bajó en las encuestas; al contrario, subió unos puntos. Y la próxima decepción no tarda: algunos medios han filtrado el dato de que la investigación de Mueller no llegará a acusaciones concretas y también van a desencantar.

Las percepciones sobre Trump sólo revelan el verdadero funcionamiento del sistema político estadunidense y de algunos presidentes que han abusado del poder sin problemas. Hoy se analiza el caso Watergate y se cree que Richard Nixon reaccionó como persona y no como político cínico y que el enjuiciamiento por negarse a entregar las citas que lo hubieran involucrado en el asalto al cuartel demócrata no hubiera terminado en un enjuiciamiento. Clinton se salvó de la picota cuando definió las relaciones sexuales y dijo que con Mónica Lewinsky no las hubo; y de todos modos Hillary Clinton lo perdonó porque su relación no era de pareja sino de sociedad de poder.

Si algo ha sostenido a Trump en la presidencia es su voluntad de poder y el ejercicio de los hilos de mando. Los principales medios lo han bombardeado con ataques sin hacer mella a su blindaje. Un dato debe analizarse con frialdad: a Trump le han detectado algo así como ocho mil 500 mentiras –y muchas realmente espeluznantes–, pero sus reacciones han revelado que sabe que los estadunidenses no lo juzgan por las mentiras sino por los resultados.

La propuesta de “hagamos América grande otra vez” es una de las frases de campaña más sólidas y profundas en años, si tomamos en cuenta aquella vacía de “gran sociedad” de Johnson o la de la mayoría silenciosa de Nixon. Los destinatarios de ese mensaje han visto como los EE. UU. se han deteriorado por el liberalismo. Pero Trump ha sido astuto al no retroceder en derechos, sino en dejarlos pero sin financiamiento público. El norteamericano de condado podría darle una segunda victoria a Trump si su oponente enarbola la bandera del liberalismo.

El tema migratorio es vital para los EE. UU. Medios conservadores han difundido fotos de las caravanas de miles de centro y sudamericanos tratando de cruzar la frontera sin cumplir con las leyes y enarbolando las banderas de sus países. No hay cifras precisas, pero se han calculado como doce mil personas aglomerando la frontera con México y ahogando los mecanismos legales de solicitud de asilo o permiso de trabajo. Casi ninguno va a pasar legalmente y los ilegales serán deportados a México, trasladando el conflicto social a un México sin capacidad e oferta de empleo, con un 60% de mano de obra con subempleo y 80% de mexicanos con una a cinco carencias sociales.

El tema de los migrantes sudamericanos calan hondo en los sentimientos racistas reactivados por Trump. Y las informaciones sobre delitos cometidos por ilegales han llegado a protestas ruidosas a las puertas de la oficina de la jefa de la mayoría demócrata Nancy Pelosi. El pánico social en los condados del sur de los EE. UU. es un factor político detonador de simpatías a quien quiere alejar la aglomeración de extranjeros pobres y sin capacidad de trabajo. Ahí Trump ha sabido apretar los botones sociales.

Trump es todo lo malo que dicen de él, pero es un político que se nutre de esos pecados. Si los demócratas quieren evitar la reelección, necesitan un candidato diferente a los conocidos y más cercano al perfil de Trump; y parece que no lo tienen.

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@carlosramirezh

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