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Ataques que inmunizan

(Este programa es público, ajeno a cualquier partido político. Queda prohibido el uso para fines distintos a los establecidos en el programa)


Cd. Victoria, Tam.- Antígeno es el término médico empleado para nombrar a cierto enemigo deliberadamente débil que es inyectado a nuestro organismo con el fin de estimular las tareas del sistema inmunológico y producir las defensas precautorias contra amenazas mayores.

Trasladado a la vida política, particularmente en año electoral, me atrevo a decir que cuando un ataque resulta mal concebido (y peor operado) funciona como antígeno.

Esto es, inmuniza al oponente, le sirve de vacuna, le permite preparar su defensa y reforzar sus flancos para encarar desafíos posteriores.

Lo que no te mata te fortalece, decía el filósofo alemán. Y el mejor ejemplo son esas embestidas ruidosas que, sin evidencia visible, suele lanzar de tiempo en tiempo el gobierno calderonista contra sus adversarios.

Escribo esta columna en tarde de jueves para el lector del viernes, a buena distancia del inicio de semana cuando nos amanecimos bajo una presunta alerta migratoria con lista negra incluida y nubarrones oscuros cargados de relámpagos que para la siguiente jornada se habían convertido en algodones de feria.

El típico parto de los montes al que nos tiene ya acostumbrados nuestra querida administración federal. No será la primera vez.

El grito estridente, el relámpago en el cielo, periodicazos a mansalva, divos y divas de la opinocracia nacional desgarrando sus vestiduras, todo desaparece en cuestión de días, puntualmente tragado por la feroz vorágine del resumidero. Por no decir que del inodoro, porque se oye (y se lee) muy feo.

En las tierras que colonizó ESCANDÓN no hay más remedio que seguir arando, aunque un estrépito de voces iracundas descienda del altiplano.

¡Nos han dicho mataulipecos tantas veces!… Tras el arresto de la Quina (1989) y también durante aquellos días posteriores a la muerte de RUIZ MASSIEU (1994) cuando operativos demenciales buscaban conspiradores hasta debajo de las piedras para encubrir al verdadero culpable que era el hermano del Presidente SALINAS.

Un día matan a la cantante SELENA (1995) y alguien descubre que su victimaria (YOLANDA SALDIVAR) tendría antecedentes familiares en Jiménez. De nueva cuenta la incuria infame. ¡Mataulipecos!

Dato revelador: cuando ocurrió la masacre de San Fernando, la mayor parte de los verdugos eran nativos de otros estados y hasta de otros países (al sur del Rio Suchiate) aunque ello no conste en las crónicas sanguinarias de los FERRIZ, los LORET y similares.

Al margen de la obcecación chilanga, la doble moral de la prensa regia me resulta por igual escalofriante.

Lavadores contumaces, receptores y beneficiarios del dinero sucio generado en estados vecinos, jamás se tentaron el corazón para señalar con llanto plañidero las actividades delictivas que se cometieran fuera de sus límites.

Pero ocurre que un día la violencia los atrapa, los apabulla, arrastra, inunda las planas de sus periódicos, se adueña de sus plazas, los fraccionamientos primermundistas de sus municipalidades conurbadas (San Pedro, San Nicolás) infesta todo con esa nota roja pestilente y cruel.

Y como la cabra (y el cabrito) tiran al monte, la crónica reinera seguirá encontrando la manera de desviar la culpa contra el bárbaro “fuereño”, es decir, hacia nosotros.

Ahí donde muere alguien, ahí donde descabezan, ametrallan, torturan, ahí, efectivamente, siempre podrán decir que, si bien los criminales eran regios, uno de ellos portaba un vehículo con placas de Tamaulipas.

Y los multiasesinos podrán ser todos oriundos de suelo neoleonés, pero ya encontrarán la manera de añadir que alguno de sus sicarios había estado en Tamaulipas, tenía un pariente, amigo, vecino, negocio, rancho, caballo o perro en Tamaulipas.

Por ello ahora que de nueva cuenta estamos ahí, en el paredón de los medios nacionales (y vecinales), la gente buena y noble de la entidad no tiene más remedio que aguantar y confiar en sus propios recursos.

Y seguir arando porque, al final de cuentas, quiérase que no, ya nos inmunizaron.

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