ATENCIÓN
El contenido de este sitio ha sido modificado temporalmente durante el periodo comprendido del 23 de diciembre del 2023 al 2 de junio del 2024, en atención a las disposiciones legales en materia electoral con motivo del inicio de las precampañas y campañas electorales del proceso electoral federal 2023-2024.


AL VUELO-Gays

(Este programa es público, ajeno a cualquier partido político. Queda prohibido el uso para fines distintos a los establecidos en el programa)


Por Pegaso

Volando yo por el boulevard Miguel Hidalgo el sábado anterior, ví una larga falange de personas vestidas de blanco que marchaban hacia la plaza principal, llevando en las manos muchas cartulinas de colores que decían entre otras cosas: «Biología sí, ideología no».

En principio de cuentas no entendí el sentido de la frase, y de hecho, a uno de los dirigentes, Fernando Moya, representante de la organización civil Frente Nacional por la Familia también se le hizo bolas el engrudo al tratar de explicarlo.

«Biología sí, ideología no». El citado dirigente comentaba ante reporteros que están en contra de que se incluya la ideología de género en los libros de texto. También rechazó, por supuesto, el matrimonio igualitario (hombre-hombre, mujer-mujer) y la adopción de niños por parejas homosexuales.

Mencionó la Declaración Universal de los Derechos Humanos como la ley internacional que respalda los derechos de los menores.

Sin embargo, cuando se le mencionó que dicha ley también protege otro tipo de derechos, como la libertad de creencias, la libertad de expresión, la libertad de ideología…, empezó a patinar gacho y ya no pudo coordinar una respuesta coherente.

El odio hacia la homosexualidad, y por consiguiente, a los homosexuales, se cocinó en los púlpitos.

La Iglesia Católica y por extensión, todas las denominaciones religiosas derivadas de ésta, tienen como dogma de fe el matrimonio tradicional hombre-mujer.

Uno de los mandatos primeros de Yahvé fue, precisamente: «Creced y multiplicaos».

En aquellos tiempos, ciertamente, había pocos habitantes en las tierras de Canaán, por consiguiente, era necesario que cada pareja tuviera la mayor cantidad posible de descendientes.

El mandato bíblico incluso se cumplía todavía en épocas muy recientes, y aún conozco mujeres que han tenido diez, doce o más hijos.

Creo, o más bien dicho, pienso, que las leyes internacionales que garantizan la libertad de unión entre personas del mismo sexo viene a ser algo así como un paliativo al demencial crecimiento de la población mundial, porque éstas no pueden tener descendencia propia, o al menos, no de la manera tradicional.

En teoría, una pareja gay puede procrear a sus propios hijos; basta sólo la unión de dos gametos para generar un embrión que podría implantarse en un útero de renta y ¡voilá! tendremos el milagro de la reproducción.

La Iglesia, o más bien, sus ilustres integrantes, también tienen sus pecadillos.

Constantemente aparecen en los medios de comunicación los casos de curas pederastas o ministros violadores que aprovechan la confianza que les tienen sus feligreses para confiarles a sus vástagos.

Tengo un amigo, Mukti Aatmaón (rimbombante nombre enoquiano que se ganó después de muchas horas de meditación), que no deja de subir a las redes sociales imágenes relacionadas con el amor carnal de los sacerdotes hacia los monaguillos.

La última fue un cura parado de espaldas, con los brazos extendidos en forma de cruz, y colgado a la manera de Jesucristo, un pequeño en ropa interior, con la cabeza baja.

Su propuesta: Que se castre químicamente a los religiosos para eliminarles la líbido.
-«¿Y qué tal si después se arrepienten y desean formar una familia?»-espetó uno de los que estábamos presentes en la plática con Mukti.

-«Les haríamos un favor, porque así se dedicarían cien por ciento a Dios»,-fue su respuesta.

Volviendo al debate de las ideologías, yo, como Pegaso pragmático que soy, creo que cada quien es libre de hacer de su vida y de su cuerpo un papalote, pero sin afectar a los demás.

Una forma en que sí se afectaría a un tercero, o sea, a los menores de edad, es la adopción por parte de parejas homosexuales.

Yo abogo porque sí puedan adoptar, pero a personas mayores de 18 años, cuando ya cuentan con el suficiente albedrío para entender cuál será su perspectiva de vida.

Si la adopción se hace en forma temprana, el niño será víctima de la crueldad de sus amiguitos de la escuela o de la colonia, quienes a cada rato le recordarán que sus padres son jotos o machorras.

También está demostrado que sí hay influencia en la psique de los menores por la diaria convivencia con personas que tienen preferencias sexuales distintas al rol socialmente aceptado. Es decir, crecerán en la ambigüedad.

Ahora bien, la adopción por parte de matrimonios tradicionales tampoco es una garantía de que el niño se desarrollará en las mejores condiciones, y sobran los ejemplos de padrastros que abusan de ellos, o que los explotan laboralmente o que simplemente, no les dan el cariño prometido.

Las leyes internacionales privilegían los derechos de los menores de edad y México ha armonizado las suyas para tratar de blindarlos.

Las manifestaciones públicas de rechazo hacia los avances de la diversidad sexual son parte de algo que se va gestando.

Dentro de poco tiempo la intolerancia de los grupos religiosos puede convertirse en algo peligroso.

La homofobia, como lo demuestra la historia, es algo que no podemos alentar.

Terminamos esta colaboración con el refrán estilo Pegaso: «Hazme partícipe de aquello de lo cual te jactas y podré hacer una descripción completa de tu persona». (Dime de qué presumes y te diré quién eres).

Facebook Comments

(Este programa es público, ajeno a cualquier partido político. Queda prohibido el uso para fines distintos a los establecidos en el programa)