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AL VUELO-Escatología

(Este programa es público, ajeno a cualquier partido político. Queda prohibido el uso para fines distintos a los establecidos en el programa)


Por Pegaso
Estaba yo descansando en mi mullido cumulonimbus después de mi sesión de vuelo vespertino, frente a mi televisión inteligente con pantalla curva y antena satelital, viendo un programa de Televisa que se llama Parodiando.

Se presentaba un imitador del genial Alex Lora, con todo y su famosa guitarra eléctrica que semeja una mano con el dedo medio levantado y los demás recogidos.

El imitador interpretaba una canción cuyo título es «ADO», o sea, la marca de una línea de autobuses foráneos.

Al frente de él estaban sentados cuatro niños de entre 6 y 8 años de edad, en unos pupitres. La parodia trataba, precisamente, que Alex Lora enseñaría a los párvulos algunas letras del abecedario.

Entonces, empezó el concursante con la rola, a un ritmo entre country y rocanrolero: «No me he podido consolar desde que mi novia me dejó, no me he podido consolar desde que mi novia me dejó. No me consuela ni la mota ni las pastas ni el alcohol».

¡Habráse visto!¡Y delante de los niños, en vivo, a todo color y en red nacional!
Como Pegaso liberal que soy no me espanta el lenguaje escatológico que usan algunos artistas en sus presentaciones, como Alex Lora, el TRI y otros más, pero sé, y bien que sé, que la educación va a pique desde que la escatología y la subcultura de las drogas llegó a las masas.

Lo que enseñamos a los infantes es lo que tendremos a la vuelta de los años y muy posiblemente alguien me dé la razón si digo que nosotros, los adultos actuales mayores de 40 años, somos producto de aquella primera ola de escatología que empezó a invadir el país.

Ya era cool hablar de drogas y de emanaciones corporales, y así, la palabra «pedo» empezó a cobrar un nuevo significado: «¿Qué pedo traes?», «Oye, mira este pedo», «¡Uy, es un pedo entrar a esa discoteca!».

El populacho rocanroleaba con Alex Lora: «La raza me dice que todo lo que hago, que todo lo que hago, que todo lo que hago está mal y yo no sé por qué; yo le echo muchas ganas pero nada me sale bien. Si me echo un soplado me sale con premio, si voy a hacer del dos resulta que no hay papel, si voy a tirar el miedo está ocupado el retrete, mejor me agarro el pajarito y juego con él. La raza me dice que todo lo que hago, que todo lo que hago, que todo lo que hago está mal y yo no sé por qué».

La lírica escatológica fue tomando auge en los noventa con El Tri y Café Tacuba: «ya chole, chango chilango, qué chafa chamba te chutas, no checa andar de tacuche y chale con la charola. Mi ñero mata la bacha y canta «la cucaracha», su choya vive de chochos, de chemo churro y garnachas».

Todo ese lenguaje florido que ya es común en los medios de comunicación es muy bien aceptado por la gente, especialmente entre los jóvenes.

Antes de los setenta, la educación era más bien mojigata y en buena parte estaba sustenta en el Manual de Urbanidad de Carreño.

No había padre que no corrigiera a sus hijos con una sonora cachetada si lo sorprendía diciendo alguna grosería.

Se sabe de casos extremos en que, con el afán de educar, hasta les quemaban la boca.
Pero ahora, desgraciadamente, hasta les festejamos sus ocurrencias.

Por eso mejor aquí les dejo el refrán estilo pegaso: «¿Cuáles son las características de tu flatulancia?¡Hazme partícipe de tu flatulancia!» (¿Cuál es tu pedo? ¡Invítame a tu pedo!»

 

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