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Iberoamérica: avanza derecha por culpa de la izquierda

Carlos Ramírez

Al solicitar su registro como partido legal en 1978, el Partido Comunista Mexicano señaló que régimen priísta estaba en una ruta de derechización. En respuesta, el secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, orteguiano, progresista, intelectual, respondió con dialéctica: la derechización de un régimen es culpa de la izquierda.
El modelo mexicano no servía para sentar una tesis política. Reyes Heroles se refería a la izquierda institucional del PRI, la del nacionalismo revolucionario, la de la Revolución Mexicana en su agenda social. Nacido en 1919, el PCM había emergido de una larga noche de estalinismo y corrupción apenas en 1963; y semiclandestino, había logrado conquistar dirigencias sindicales a finales de los cincuenta que fueron aplastadas por el autoritarismo del PRI y en los sesenta se refugió en las universidades públicas.
La oscilación pendular progresismo-conservadurismo en México se hacía dentro de las élites priístas. El sector progresista del PRI había terminado su ciclo en 1940, al final del periodo de gobierno del general Lázaro Cárdenas. De 1940 a 1978, la izquierda del PRI se fue burocratizando, corrompiendo y subordinando, en tanto que el conservadurismo se asentó en el control de los órganos del poder. Echeverría (1970-1976) se había inclinado al progresismo, pero la crisis económica generada por el aumento desordenado de gasto público había abierto la puerta primero a los administradores –López Portillo y Miguel de la Madrid– y luego a los tecnócratas de Salinas a Peña Nieto.
En los regímenes institucionales que cumplen con las reglas mínimas de la democracia –no los marxistas como Cuba y ahora Nicaragua–, la oscilación pendular progresismo-conservadurismo-progresismo es casi una regla política. La explicación de lo que comenzó a ocurrir en Brasil con la primera vuelta y que podría confirmarse en la segunda aporta los datos indispensables: el progresismo de Lula derivó en corrupción y la derecha llegará al poder. Ya ocurrió en Argentina, Ecuador y Chile.
En México los ciclos pendulares han sido largos: conservadurismo 1920-1934, progresismo 1940-1946, conservadurismo 1946-1970, progresismo 1970-1982, conservadurismo 1982-2018 y ahora comienza el periodo progresista con López Obrador 2018-2024. Las razones de los ciclos pendulares han tenido que ver con relevos electorales democráticos o con reacomodos en las élites en sistemas semiautoritarios; en ambos, la supervivencia de los regímenes ha optado por el modelo pendular.
La característica que define a cada régimen progresista es su intención de lucha contra la desigualdad y la pobreza, en tanto que los regímenes conservadores se sustentan en la estabilidad macroeconómica. En cada caso los objetivos no se cumplen: por el gasto desordenado suele aumentar la pobreza y por el manejo macroeconómico se distorsionan las variables estabilizadoras. Los resultados en cada caso determinan la movilidad de los ciclos.
La izquierda en el poder en Iberoamérica no ha podido consolidar ciclos largos; sus políticas económicas expansivas de gasto y del papel del Estado sin reformas estructurales han contribuido a crisis periódicas. Los gobiernos progresistas aumentan el gasto sin equidistancia fiscal. El modelo tradicional de economía de mercado no ha podido sustituirse por un nuevo modelo de Estado económico. Los gobernantes progresistas sólo se dedican a aumentar el gasto, subir algunos impuestos y administrar los resultados, aunque casi siempre el déficit presupuestal alto y la inflación impactan en los tipos de cambio y general reacciones sociales.
El elemento novedoso –Argentina, México, Brasil, Venezuela– es la corrupción de los gobernantes y sus aliados empresariales. Las quejas sociales existen hasta que algún líder progresista o conservador las asume como programa de gobierno. Sin embargo, una vez en el poder los nuevos gobernantes caen en las tentaciones de la corrupción y el ciclo perverso vuelve a reactivarse. Cristina Fernández, Enrique Peña Nieto, Lula y Dilma Rousseff y las presiones contra Maduro ilustran el papel de la corrupción como detonadores de presiones para la alternancia de grupo político en el gobierno.
El problema radica en que progresistas y conservadores llegan al poder para permanecer largo tiempo, sin atender el hecho de que las leyes de la economía capitalista están determinadas por la estabilidad macroeconómica y ahí los márgenes de maniobra son muy estrechos. Los progresistas han fallado en encontrar mejores fórmulas de política económica y los conservadores administran los dineros a favor de la estabilidad y tampoco han encontrado estrategias de desarrollo que ayuden a combatir la desigualdad sin generar crisis.
En este sentido, los relevos presidenciales en Brasil y México no deben analizarse en función de las meras ideas políticas conservadoras o progresistas; Brasil destituyó a Rousseff y encarceló a Lula por corrupción y López Obrador supo concitar el voto de los marginados del desarrollo para derrotar al PRI. Si Jair Bolsonaro no entiende que su posible victoria no terminará con la derrota de los seguidores de Lula y que Brasil requiere otro modelo de desarrollo, el ciclo pendular se ira acortando. El mismo reto tiene López Obrador construir un nuevo modelo de desarrollo para suplir al del PRI o dejar que las contradicciones revienten su presupuesto populista de gasto.
El fracaso de la izquierda para proponer nuevos modelos de desarrollo se localiza en la derechización de los regímenes y en sus oscilaciones pendulares.

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