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AL VUELO-Párvulos

(Este programa es público, ajeno a cualquier partido político. Queda prohibido el uso para fines distintos a los establecidos en el programa)


Por Pegaso

Recostado muellemente en mi nubecilla viajera, acá, en la estratósfera, repaso aquel video que se hizo viral en las redes sociales donde una niña de apenas nueve o diez años corrigió al Secretario de Educación, Aurelio Niño Mayer, durante la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil que se celebró en el Parque Bicentenario, en la Delegación Miguel Hidalgo del Distrito Federa, el 13 de noviembre del 2016.

«Se dice leer, no ler»,-le dijo casi al oído la chiquilla al encumbrado ministro de educación del país, pero sí se alcanzó a escuchar porque el micrófono estaba abierto.

¡AAAAAhhhhh, la niñez!

Recuerdo mis lejanos días de Pegaso chaval allá, en la populosa colonia El Chaparral, ahora Chapultepec, cerquita del río Bravo.

Era la rutina diaria levantarse temprano para ir a la escuela, regresar, hacer la tarea, irse con los cuates a jugar, regresar a la casa, bañarse, dormir y otra vez temprano a la escuela.

Antes, mucho antes de las computadoras y los videojuegos, lo que hacíamos los chamacos en nuestro tiempo libre, cuando nuestras mamacitas no nos llamaban para hacer algún mandado, era jugar alguno de los muchos juegos tradicionales.

Recuerdo que lo hacíamos por temporadas. Había veces en que era común jugar a las canicas, otras veces al trompo, luego al balero o al changay.

Las niñas acostumbraban a reunirse por separado para hacer rondas, brincar la cuerda o simplemente para jugar con sus muñecas.

Si algún chamaco de menos de veinte años me está leyendo, permítame explicarle qué es una canica.

Una canica es una pequeña esfera de vidrio, de colores o transparente. Generalmente se empieza a jugar con una cierta cantidad de canicas. Se hace un hoyo en el suelo y los participantes colocan varias en el interior, las que se quiera apostar. Luego, en turnos, empiezan a arrojar con los dedos los «tiritos» (aquí hago una pausa para explicar lo que es un «titito». Un «tirito» es nuestra canica preferida, la que nos da suerte o la que más nos gusta), para impactar con las que están adentro. Las canicas que logremos sacar, ya son nuestras y las podemos recoger para incrementar la cantidad que teníamos en un principio.

Ahora les explicaré lo que es un trompo: Un trompo es una peonza, es decir, una pieza de madera o plástico de forma semiesférica, con una punta metálica que se hace girar mediante una cuerda. El impulso produce un efecto giroscópico y el trompo se mantiene «bailando» mientras la fuerza rotativa tenga efecto sobre él. Se colocaba el trompo de un compañero en el suelo, al cual intentábamos impactar con el nuestro, causando un «canco» en él, es decir, un hoyo producido por la punta del nuestro.

Un balero, por otra parte, era un juguete que consistía en una pieza de madera con forma de barril, teniendo en una de sus bases un hoyo donde cabía la segunda pieza, una especie de barra, también de madera, torneada, para ajustarse a la mano. Ambas estaban unidas por un cordón de fibra de algodón. El juego consistía en hacer la mayor cantidad posible de «capiruchas». El que hiciera más «capiruchas», ganaba el juego. Había suertes de cien, de quinientas y de mil, es decir, con diferente grado de dificultad. Por cierto, nunca supe cómo era la mítica del millón.

El changay (creo que esa es una modificación de la palabra Shangai, una provincia China de donde se supone que viene el juego), por otra parte, consistía en dos trozos de madera que se podían construir con un palo de escoba. Uno era grande, como de cuarenta centímetros y el otro más pequeño, de diez o quince.

Se hacía un hoyo en el suelo o se aprovechaba algún promontorio, se colocaba el palo chico y el más grande se pasaba parcialmente por debajo del primero, se elevaba mediante un impulso ascendente y una vez en el aire, se impactaba con fuerza para hacerlo llegar lo más lejos posible.
Ganaba, por supuesto, el que más lejos arrojara el palo.

Había muchos otros juegos que ahora no recuerdo porque se han perdido en la bruma del tiempo y el olvido.

Con el paso de los años, éstos fueron sustituidos por los juegos de consola, como los Atari; después llegaron los Gameboy y las computadoras, y todo se fue al traste.

En México y en muchos otros países del mundo los índices de obesidad se elevaron por las nubes, ya que la práctica de los videojuegos requiere del sedentarismo, o lo que es lo mismo, estar sentados o acostados sin realizar actividad física alguna.

Por el contrario, los juegos tradicionales demandaban mucha actividad, mucho gasto de energía. Llegábamos a nuestras casas a dormir cansados por la agotadora labor de correr tras la pelota, ir por las canicas, recoger el palo del changay, impulsar una y mil veces el balero o el yo-yo.

En busca de rescatar los juegos tradicionales mexicanos para sacar un poco a nuestros párvulos del sedentarismo, cierta vez propuse a un líder del Sindicato de Maestros que se organizara un festival en el Parque Cultural Reynosa, con una dinámica donde los padres estarían a cargo de mostrar a sus hijos la forma en que se practicaban dichas actividades lúdicas.

«Mira, Jhonattancito-porque ahora hasta los apellidos han cambiado y la mayoría están inspirados en el extranjero-; se toma el trompo de esta manera, se enreda con la cuerda, se toma impulso y se arroja al suelo»,-sería la típica explicación de un cariñoso padre hacia su hijo.

No hubo respuesta y la propuesta quedó en el olvido.

No es que los tiempos actuales sean malos. Gracias a los avances tecnológicos hoy podemos ver en nuestra computadora, desde nuestra mullida nubecilla viajera, cómo una chamaca corrige a un Secretario de Educación y ese video da la vuelta al mundo rápidamente.

Pero lo ideal sería que se diera un nuevo impulso a los juegos que requieren actividad física para evitar complicaciones futuras en la salud de las nuevas generaciones.

El refrán estilo Pegaso dice así: «Intenta sostener la peonza en la parte semiplana de la cutícula del dedo pulgar». (Échate ese trompo a la uña).

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