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AL VUELO-Invasión

(Este programa es público, ajeno a cualquier partido político. Queda prohibido el uso para fines distintos a los establecidos en el programa)


Por Pegaso

Andaba yo volando allá, por el rumbo del libramiento Colosio porque me llamaron la atención las grandes columnas de humo negro que se veían desde la parte centro de la ciudad.

Resulta que ese humo procedía de los jacales que fueron derruidos por la maquinaria pesada que llevó un Agente del Ministerio Público en acato a una orden de restitución, que no de desalojo, del predio que había sido invadido un mes antes por personas de escasos recursos y más escasos sesos.

Fácilmente manipulables, estas gentes se prestan a todo tipo de acciones a cambio de unos cuantos pesos o la promesa de obtener un terrenito que después podrán traspasar a cambio de una pizcacha.

Como se ha visto en los últimos dos años, parece que la industria de las invasiones ha renacido con fuerza y nadie podrá frenarla.

Hay que recordar que Reynosa creció precisamente a punta de paracaidismo.

Fue en la década de los setenta cuando grupos de precaristas se apoderaron de terrenos ejidales que hoy forman parte de las populosas colonias Benito Juárez y López Portillo.

Al frente de aquellos contingentes andaban lideresas como Nueves Martínez, Juanita Hernández de Alcalá, Ninfa Olvera y otras.

Más adelante, en los ochenta, hacía de las suyas en la Arco Iris y áreas vecinas el inefable Carlos Ibarra Pérez, quien después recibiría el jocoso epíteto de El Maronero, por apoyar primero al PRI, luego al PARM y después al PAN, para finalmente volver al PRI.

En aquel tiempo Reynosa estaba rodeada por un grueso cinturón de terrenos de régimen ejidal. Hacía mucho, mucho tiempo que eran parcelas improductivas, y la mancha urbana fue creciendo hacia la parte sur y suroriente.

Pronto se acumularon en CoReTT los expedientes de regularización, y yo recuerdo como si fuera ayer que venían los gobernadores a encabezar fastuosos eventos de entrega de escrituras donde salían en la foto con miles de sonrientes beneficiarios.

Ese fue el mecanismo, durante mucho tiempo, en que una persona de condición humilde podía hacerse de un terrenito en Reynosa.

Vino luego el INFONAVIT con el ofrecimiento de vivienda de interés social para los trabajadores y entonces hubo un crecimiento más o menos ordenado.

Después del 2000, el tema de las invasiones entró en receso, y no fue sino hasta hace algunos años cuando reapareció el fenómeno.

Hoy, hoy, hoy, existen por lo menos tres invasiones, ya sin contar la de la colonia Ernesto Zedillo: La de Loma Blanca, la de la Nuevo Amanecer y la de la laguna.

Los invasores suelen ser grupos de personas que se prestan a ser manejados por oscuros intereses, ya sea porque en realidad tienen necesidad de conseguir un terreno para construir su vivienda o simplemente por el deseo de obtener un ingreso extra.

En la mayoría de las invasiones recientes pude constatar la presencia de vehículos de modelo reciente de donde se bajaban tablas, cartones y láminas para construir los improvisados jacales.

Otro factor común es que a los paracaidistas no les importa el régimen del terreno que ocupan.

Éste puede ser privado, ejidal o de gobierno. No importa, con tal de que se ubique cerca del centro de la ciudad y esté solo o abandonado.

En el caso del predio invadido en la López Portillo, los propietarios tenían años, décadas de no darle una manita de gato. Ese terreno estaba convertido en un páramo, repleto de mezquites y huizaches donde los carretoneros iban a tirar la basura y las alimañas abundaban.

Para los habitantes de la vecina colonia era un verdadero problema de seguridad y de salud.

Jamás se preocuparon los dueños, un tal Efraín Dávila Siller y otros, de limpiar toda esa superficie enmontada.

Por eso, alguien vio el potencial que tenía y pensó que era buena idea llevar gente a invadirla.

Y como el ejemplo cunde, pronto hubo nuevas invasiones hacia aquel rumbo de la ciudad.

Sé que Migdalia López, titular de ITAVU, anduvo por ahí ofreciéndoles terrenos de las reservas territoriales que tiene el Gobierno del Estado, pero los paracaidistas los rechazaron olímpicamente diciendo que están muy lejos y que les da güeva tomar la pesera para venir hasta el centro.

Por eso mismo, y porque la autoridad decidió restituir el terreno invadido, ayer llegaron funcionarios hasta el predio de la Ernesto Zedillo, donde ordenaron a los precaristas que agarraran sus tiliches y salieran de ahí, de lo contrario, serían arrestados por oponerse a una orden judicial.

En el transcurso de ese tipo de acciones existe el riesgo de caer en las provocaciones y que ocurra una masacre.

Ayer estuve en medio de una trifulca entre invasores y policía estatal, donde una mujer salió golpeada.

Yo temí que en un momento dado los enfurecidos precaristas tomaran piedras y las arrojaran contra los aguerridos uniformados. Éstos, con escudos y macanas antimotines, arremetieron contra la turba y poco faltó para que soltaran el primer madrazo.

No fue así, por fortuna. La señora que resultó lesionada de una cortada en la mejilla se golpeó contra un escudo, pero sí señalaba ante los medios de comunicación que fue golpeada por la policía.

¿Qué hubiera pasado si los ánimos se desbordan? Los elementos de la Policía Estatal Acreditable y el grupo antimotines, que en total sumaban más de 200 elementos, no sólo traían cachiporras y escudos, sino también armas largas tipo fusil y ametralladora.

Yo espero que si se van a hacer otros desalojos prevalezca la cordura y se evite a toda costa el uso de la violencia.

O como dice el refrán estilo Pegaso: «Inflamación sanguinolenta en la parte superior del cráneo producida por un golpe, séase de pequeño o de gran tamaño». (Chipote con sangre, sea chico o sea grande).

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